La lengua M —la antecesora de la lengua que quiero desarrollar— se habló hace unos cuatro mil quinientos años, cuando la escritura aún no había llegado al occidente europeo y, desde luego, tampoco a Incógnita. Por consiguiente, me puedo permitir el lujo de inventar una escritura para ella que sea fonémica, es decir, que a cada fonema le corresponda una letra y a cada letra un fonema (un alivio para aquellos que solíamos suspender los dictados).
Como vimos en la anterior entrada, la lengua M cuenta con cuatro vocales, tres de ellas idénticas a las del español: /i/, /ä/, /u/ y /ə/. Las tres primeras las voy a representar del mismo modo que en español: i, a y u. Y a la última, como su símbolo AFI se parece tanto a la e, la representaré con esta misma letra.
Con las consonantes voy a hacer algo parecido, y les asignaré letras y dígrafos lo más parecidos a sus símbolos AFI. Las únicas excepciones serán la /θ/, la /r/ y la /ɾ/. Esta última será representada por la r, la anterior por ř, y la primera por una original fusión del dígrafo th: ħ. En una futura entrada, cuando describa la escritura de la lengua definitiva, explicaré el porqué de esta última letra. El resultado final es este:
Una cosa más: tengo pensado que haya palabras agudas, llanas y esdrújulas, y para marcarlas creo que lo más fácil dentro de la originalidad será añadir un macrón (esto: «¯») a las vocales tónicas salvo si son llanas o pertenecen a palabras monosílabas, como en los siguientes ejemplos: «ākana», «akana», «akanā» y «kan».
El siguiente paso es crear las raíces de la lengua M, aunque cabe preguntarse para qué me van a servir. En las lenguas naturales, las palabras tienen tres orígenes diferentes. Por un lado tenemos los préstamos, que son palabras que se han tomado de otras lenguas. Ejemplos de préstamos en español son «fútbol», «pizza» y «almohada». También están los neologismos, que son aquellas palabras de creación relativamente reciente, que no han sufrido cambios fonológicos y cuya etimología suele ser evidente, de manera que si desconociéramos su significado, podríamos intuirlo. Todo el mundo sabe, por ejemplo, que «telaraña» proviene de fusionar «tela» y «araña», y que «ordenador» es una derivación de «orden». («Telaraña» no es exactamente un neologismo —a saber cuántos siglos tiene—, pero para enterdernos me parece adecuado incluir en esta categoría todas aquellas palabras que no han tenido tiempo de cambiar fonológica ni semánticamente.)
Sin embargo, la mayoría de las palabras no son préstamos ni neologismos, sino que proceden de una lengua anterior. Muchos términos españoles fueron creados por los antiguos romanos, es decir, fueron neologismos hace dos mil años o préstamos de otras lenguas de aquella época, como el griego clásico. Pero tras ese tiempo algunos sonidos han mutado por otros y el significado original ya no es el mismo. Por eso, para los modernos hispanohablantes, ya no queda claro qué pueden significar aquellos términos y necesitamos consultar un diccionario. Este es el caso de la moderna «colegir», que procede del latín «colligere» y cuyo significado ya no se puede intuir, pues la raíz «legir» no forma parte de nuestro léxico. En cambio, un antiguo romano la habría entendido de inmediato.
Por esta razón, es recomendable que antes de crear vuestra propia lengua, creéis también su lengua antecesora, de donde repescaréis la mayoría de vuestras palabras. Veamos cómo.
El antepasado del español fue, como sabemos, el latín, una lengua natural ahora muerta pero que contaba con decenas de miles de términos y una gramática detallada y compleja. Para crear una ideolengua no hace falta llegar a tanto, pues con solo definir su fonología y crear unas cuantas raíces que después combinaremos, tendremos más que de sobra.
Las raíces no se pueden crear así como así. En primer lugar, y para facilitar la labor, hay que decidir qué significados queremos transmitir. Estos tienen que corresponderse con la cultura, el entorno natural y el momento histórico en que se habló la lengua. En el caso de mi lengua M no tendrían cabida, por ejemplo, raíces que signifiquen «elefante» o «teléfono». Al contrario, raíces que se refieran al Carnívoro —el animal que creé en esta entrada— o al tejido —un invento que seguramente se conocía entonces—, serían perfectamente válidas. Asimismo, sería recomendable que los significados sean generalistas y poco precisos, para que podamos utilizarlos en multitud de palabras y no tengamos que crear demasiadas raíces. Una raíz con un valor tan general e impreciso como «raya, línea, corte» seguro que nos vendrá mejor que otra que signifique «corte hecho con un cuchillo de carnicero a la luz de la luna», con la que difícilmente seremos capaces de crear más de una palabra.
El siguiente paso natural es definir la estructura silábica de las raíces. Este es un paso también fundamental, pues cada lengua solo favorece una serie limitada de sílabas. De hecho, la estructura silábica, junto con la fonología, son los aspectos que más personalidad dan a las lenguas. Las sílabas se componen de tres partes, el núcleo silábico, el ataque —lo que antecede al núcleo— y la coda —lo que viene después—. Así que voy a decidir a continuación qué fonemas pueden aparecer en cada una de las partes.
- Núcleo silábico: cualquier vocal y todas las combinaciones posibles de diptongos. Creo que por efecto de la derivación podrán aparecer algunos triptongos.
- Ataque silábico: cualquier consonante en solitario, ya que no se admiten grupos consonánticos.
- Coda silábica: solo se admiten a las siguientes nueve consonantes: h, k, l, m, n, p, ř, s y t. Y solo dos grupos consonánticos: -nt y -řs.
También cabe añadir que las raíces deberían ser cortas, para así evitar crear posteriormente palabras excesivamente largas —aunque para gustos están los colores…—. En el caso de la lengua M, todas las raíces estarán compuestas por entre dos y cuatro fonemas.
Y dicho esto, aquí os muestro las raíces de la lengua M. Tenía pensado crear solo una centena, pero al final me han salido más de doscientas (es que cuando me pongo, me pongo). Aun así, solo se trata de una lista provisional, pues cuando me líe más adelante a crear palabras es posible que necesite algunas más:
Cómo crear una lengua, Editorial Berenice.
Pingback: Una nueva lengua: evolución fonológica | Cómo Crear una Lengua
Pingback: Una nueva lengua: escritura latina y fonotáctica | Cómo Crear una Lengua
Pingback: Una nueva lengua: palabras de origen antiguo | Cómo Crear una Lengua