Una nueva lengua: palabras de origen antiguo

Hoy es uno de esos días especiales, porque por fin daré nombre a mi lengua y al pueblo que la habla. Además bautizaré a la isla de Incógnita, a su fauna y a su flora, y crearé algunos topónimos y también algunos antropónimos arcaicos que aparecerán especialmente en los mitos más antiguos.

En esta entrada expliqué que las palabras tienen tres orígenes distintos, los préstamos de otras lenguas, los neologismos o palabras que no han tenido tiempo de cambiar fonológica o semánticamente, y aquellos que podríamos llamar «arcaísmos», es decir, términos tan antiguos que han sufrido cambios fonológicos o semánticos. Los préstamos pasan de una lengua a otra obedeciendo una serie de pautas, pero como aún no las he diseñado, no incorporaré todavía ningún préstamo. De igual modo, los neologismos siguen las normas gramaticales del momento, y como no he descrito la gramática de la lengua NE, tampoco incorporaré ningún neologismo. En cambio, como en las anteriores entradas hemos visto cómo la lengua M ha evolucionado hasta convertirse en la lengua NE, puedo ponerme manos a la obra creando mis primeros «arcaísmos».

Empezaré por el plato fuerte, el nombre de la lengua NE. Aquí tengo un abanico de alternativas asombroso, puesto que puede provenir del pueblo que la hable —como el «inglés» o «lengua de los anglos»— o del mismo país —«español» procede del topónimo «España»—. También puede ser un término tan sencillo y claro como «fabla», que es otro término para referirse a la lengua aragonesa y que significa «habla».

Yo voy a ser un poco más ambicioso y crearé dos términos para mi lengua, uno popular, utilizado en el habla diaria, y otro culto, que aparecerá sobre todo en la literatura. Me atrevo a especular que el primer término acabará desapareciendo siglos más tarde, mientras que el cultismo, por permanecer en los escritos, acabará imponiéndose. Para el término popular utilizaré dos raíces de la lengua M (aquí podéis ver las raíces de dicha lengua), «ewa», que significa «boca, voz, entendimiento», y «ħah», «verdadero», lo que me dará el término «ewaħah». Ahora solo queda que sus sonidos evolucionen según las normas aquí descritas, y lo que me sale es «ebada» o /e̞.’βä.ðä/. Esta etimología me acaba de inspirar un término más, «ewajil», compuesto por «ewa» y «jil», que significa «falso», es decir, una lengua con la que el entendimiento no es posible o «extranjera». Su evolución fonológica la convierte en «ebayil» o /e̞.’βä.ʝil/.

El segundo término tendrá un origen relacionado con la mitología, concretamente con el nombre de la diosa del eco, responsable de la creación del lenguaje. Según el mito, esta diosa cuando se encarnaba adoptaba la forma de un cisne, de modo que su nombre derivará del de este animal. La principal característica física de los cisnes es su cuello, así que tomo la raíz «ren» que dignifica «cuello» y la convierto al género aumentativo/apreciativo según las normas aquí descritas: «erēn» (cisne). Como la diosa es mujer, su nombre deberá adaptarse al género femenino, por lo que me sale «Ereni». Ahora debo decidir a qué género pertenece la lengua de Ereni. A primera vista, me parece acertado incluirla en el género animado, de manera que me saldría el término «erenis», pero en lugar de aceptarlo, me saldré por la tangente y cometeré una de las típicas incoherencias que observamos entre las lenguas naturales. Por consiguiente, a la lengua de Ereni la incluiré en el género masculino: «erenia» o /ə.’ɾə.njä/. En la posterior evolución fonológica, la /j/ se convirtió en /ʝ/, lo que produce una combinación de sonidos restringida que se transforma en /nː/. El resultado final es «erenna» o /e̞.’ɾe̞.nːä/.

El nombre de los hablantes de ebada/erenna también estará relacionado con la mitología, pues según sus relatos sus antepasados fueron esclavizados por el pueblo C, aunque, tras una colosal guerra, conquistaron su libertad. Debido al recuerdo de aquel episodio mítico —que probablemente no sucedió en realidad— empezaron a llamarse «libres». Entre las raíces de la lengua M olvidé crear alguna que significara «libertad». Sin embargo, encuentro una raíz que me sugiere el mismo concepto: «řet», que significa «vuelo». A continuación la incluyo en el género aumentativo/apreciativo, y me sale un término que significa «libertad»: «eřēt», que en su evolución fonológica derivará a «erēħ» o /e̞.’ɾe̞θ/. El adjetivo «libre» con el que se llamaban a sí mismos los hablantes de erenna debió aparecer hace relativamente poco tiempo, así que tendrá que seguir las normas gramaticales del erenna. Este pequeño detalle me obliga a hacer un spoiler de su gramática: los sustantivos se convierten en adjetivos con la adición del sufijo -da (que es una evolución del término «ħah» que vimos antes). Con esto, «libre» debería decirse «ereħda», pero al ser un término muy usado, la incómoda combinación -ħd- se simplifica en «ereda». Otra cosa que os desvelo ya, es que el erenna carece de verdaderos números gramaticales, aunque para referirnos al conjunto de los hablantes de erenna podremos utilizar el término «eredan». (Em… reconozco ser muy despistado, y acabo de fijarme en el excesivo parecido entre erenna y ereda. No me hace mucha gracia, pero como tengo el hábito de encariñarme rápidamente con las palabras que creo, las mantengo como están.)

El nombre que crearé para la isla de Incógnita será bastante más prosaico. En realidad, la mayoría de los topónimos en el mundo real lo son, como «España», que significa algo tan trivial como «tierra de conejos». Según parece, el nombre de mi isla lo puso el primer viajero en circunnavegarla, pues se percató de que en todas las costas los hombres vestían siempre la misma prenda, un tipo de capa acabada en pico tanto por delante como por detrás. A esta capa la llamaré «laru», que procede de la raíz «lař» (superior) por ser la prenda que se pone por encima, más el sufijo «-u», propio del género inanimado. En consecuencia, a la isla la llamaré «Laruōn», con la adición de la raíz «hen» (casa) que evolucionó a «on» (dominio), es decir, «el dominio de los hombres con capa».

Laru

El término «on» me inspira un nuevo topónimo: «Ereōn» o «el dominio de los libres», y que sería el nombre de la región suroriental de Laruōn y el hogar de los eredan. Este nuevo término requiere una explicación adicional, pues en principio «la tierra de los libres» debería decirse «Eredaōn». Sin embargo, los términos más usados tienden a desgastarse para facilitar su pronunciación. Así, me imagino que Eredaōn se convirtió pronto en Eredōn, y este en Ereōn, un término que, personalmente, me parece muchísimo más elegante.

Y para acabar por hoy pondré nombre a los animales y plantas que creé en esta entrada. Para el carnívoro se me ocurren dos términos diferentes que podrían pertenecer a dos dialectos de erenna. El primero es «nuraſi» o /nu.’ɾä.ɸi/, que sería la suma de las raíces «nuř» (colmillo) y «aphi» (afilado, doloroso). El segundo es «ſinza» o /’ɸin.zä/, cuya etimología sería más enrevesada puesto que provendría de las raíces «phim» (comida) y «san» (vacío)… ¿«Comida vacía»? Sí, sé que suena raro, pero se debe a que el significado de «san» evolucionó a «aquello que desaparece o es robado», es decir, que «ſinza» significa algo así como «el que roba comida».

El montañés será más chulo que el nuraſi/ſinza, ya que en lugar de tener dos nombres, presumirá de tres. El primero es «borze» o /’βo̞ɾ.ze̞/, de las raíces «weř» (animal grande) y «seř» (arbusto), y que significaría algo así como «animal grande comedor de arbustos». Al segundo término le tengo un especial cariño porque lo ha creado mi propio hijo: «minen», de las raíces «min» (punzar) y el sufijo «-en» (el que hace algo), que habría derivado a su vez de la raíz «phen» (acción). O lo que es lo mismo, «el que punza o embiste». Esta palabra se le ocurrió a mi hijo al pensar en cómo utilizaría el animal su prominente cuerno. El tercer nombre en realidad no se utilizará para este animal, que es salvaje, sino para la especie que se domesticó: «ecara». Nuevamente, la etimología de este término es algo más enrevesada de lo normal. Proviene en primer lugar de la raíz «kař» (roca), después se le añadió el prefijo «a-» (género aumentativo/apreciativo) para transformarse en «akāř» (roquedo), y más tarde se le añadió el sufijo «-a» (género masculino; un género que demostraba el aprecio que sentían los eredan por este animal) que dio el nombre de «akařa», algo así como «el animal digno que habita los roquedos». En su posterior evolución fonológica la primera a se cerró un grado para transformase en e, un cambio que, como veremos, sucedió a menudo.

Con el siguiente animal, el acuático, me complicaré menos y utilizaré un único nombre, aunque con una evolución peculiar: «ilenna» o /i.’le̞.nːä/. Antes de utilizar este término, los eredan llamaban a este animal simplemente «elēn», de la raíz «len» (agua) más el prefijo «e-» (aumentativo/apreciativo). Sin embargo, como el animal es capaz de aguantar largas horas en el agua sin moverse, como si fuera una piedra, se le añadió el sufijo «-na», propio del género inanimado, lo que derivó en «elenna». Posteriormente, la primera e se cerró un grado para convertirse en i.

Ya solo queda el árbol llamado hasta ahora cafetero, al que daré el nombre de «izana» o /i.’za.na/. Procede de la raíz «isa» (espiga; las flores de esta planta tienen forma de la típica espiga de los cereales) más el sufijo del género inanimado «-na».

Cómo crear una lengua, Editorial Berenice.

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